martes, 14 de noviembre de 2006


CARAJILLO.
A pesar de ser un fenómeno extendido por todo el estado español, el carajillo es un invento de la comarca del Barcelonès, y la mejor prueba de ello es la gran profusión de teorías sobre su origen que se disputan las poblaciones de dicha comarca. De todos modos, la más marciana es sin duda la de Josep Pla. Según este polémico escritor (Víctor Alba, y sólo es un ejemplo, recordaba cómo se descubrió en el Ateneu Barcelonés que Pla no había sido nunca socio, a pesar de venir con frecuencia, y de cómo había arrancado páginas enteras de las enciclopedias de la biblioteca), la combinación de café y aguardiente, así como su nombre, provenía del tiempo en que los transportistas de la Barcelona amurallada de principios del siglo XiX iban y venían de los pueblos de Gràcia, Sarrià, Sants, etc. Según parece, al tener mucha prisa al término del almuerzo, pedían al mesonero que les mezclara el café con el aguardiente, y le decían: “Posa’m-ho junt que ara guillo…” De este “que ara guillo” venía el carajillo. Oír para creer.
La versión que parece más razonable es sin duda la de Badalona, según la cual, los indianos badalonenses que habían hecho fortuna en las américas tenían por costumbre darle a los esclavos un carajo cada mañana para que empezaran a trabajar con ímpetu. El carajo era café con ron, y la versión reducida importada por estos indianos empezó a llamarse carajillo.
Los catalanistas de pa sucat amb oli, empeñados en que el catalán se parezca lo menos posible al castellano, han querido imponer el cigaló para sustituir el carajillo y su cacofónica jota castellana, sin tener en cuenta que en catalán carajo es caray, es decir, lo mismo. No nos olvidemos del famoso “Cavall de Sant Bernat”, la roca de forma fálica de Montserrat, un estúpido eufemismo de “el Caray de Sant Bernat”. Por cierto, cigaló es la palabra gironina con la que se designa el chupito.

Lucas Quejido.

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