martes, 16 de enero de 2007


Uno de los signos distintivos de la Barcelona post-olímpica son las gafas de pasta rectangulares que los veinteañeros de los noventa convirtieron en una seña de identidad generacional y profesional (ver Dissenyaires). Las gafas de pasta rectangulares tipo Kissinger respondían a una tendencia subsidiaria de un revival del estilo formal previo al 1967, es decir, anterior al pelo largo, los abalorios, el incienso y todo lo que describía Frank Zappa en la canción “Camarillo Brillo” y que tuvo su propio revival en los ochenta con las gafas metálicas redondas tipo John Lennon. Estas gafas redondas, que eran las que proporcionaba la Seguridad Social inglesa, respondían a su vez a un revival vintage que influyó notablemente en la moda de los sesenta (pantalones a cuadros ellos, vestidos ceñidos y cortos y cabello a lo Louis Brooks ellas). Todavía se puede ver alguna de estas gafas redondas en el barrio de Gràcia, último reducto de resistencia Cumbayá. Las gafas de pasta rectangulares combinan bien con mobiliario futurista sesentero y colores vivos siempre y cuando predomine el blanco, pero las que tienen las puntas en forma de cuerno y que asociamos a una secretaria estadounidense de los cincuenta obligan indefectiblemente a combinarse con una prenda estampada de piel de leopardo y un flequillo abombado (John Waters, The Cramps, Betty Page) que a la larga empobrece los recursos y se aparta de lo estrictamente barcelonés. Llevar gafas de pasta rectangulares en Barcelona significa que escuchabas a los Smiths hasta que llegó el Sónar, que dejaste de tener el nombre de tu gato en 3D como salvador de pantallas en 1997 y ahora has vuelto a los tulipanes del Windows, que si eres gay eres de la bata de boatiné y no de la metro, que vas al Apolo porque conoces a alguien que trabaja ahí, que tarde o temprano te entrevistarán en el programa Silenci?, que conoces a Víctor Caballero, aunque no lleve gafas, que no te pierdes ninguna conferencia en el CCCBé sobre nuevas estrategias en el ámbito de la difusión, que en tu iPod tienes a Simon y Garfunkel bajo el pseudónimo de Vaca y Pollo para que no se enteren los demás, que sales cenado de casa, que del Shangay fuiste al Dot y luego al Fonfone para luego recalar en el 13, que en la espalda tienes un tatu de una niña sin ojos, que colaboras gratuitamente en una revista gratuita de tendencias, que tu primera novia trabajaba en el mercadillo de Portaferrisa, en fin, que eres un treintañero barcelonés.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Protesto energicamente! Yo no conozco a todos los gafipastis de Barcelona! Y no pongas eso como requisito de moderno barcelonés o los voy a tener a todos haciendo cola en la puerta de casa.

lucas quejido dijo...

Ala, va, que te hace ilusión. Acéptalo, compañero, los gafipastis de ahora no se merecen ni el vodka con limón que se pimplan. Un homenaje es un homenaje. Campeón!!